He tenido tentaciones de toda índole a la hora de escribir mi primer artículo; desde escribir sobre la motivación, pasando por las dificultades del mercado laboral, el edadismo o el liderazgo en un entorno VUCA (volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad), pero me he decidido por hablar del COACHING y de la actividad de COACH.
Mucho se ha escrito sobre el coaching y sobre los coachs, bueno, malo y regular. Y aquí ocurre como en todas las profesiones; hay muy buenos profesionales, los hay regulares y malos, por supuesto; también los hay con formación y muy buena y otros con un simple cursillo de fin semana, y por haberlos, haylos sin tan siquiera ese curso.
Los hay que te dicen lo que tienes que hacer, cómo debes hacerlo y cuando hacerlo. De estos huid como alma que lleva el diablo. Eso ni es un Coach, ni un proceso de Coaching, será terapia (psicólogo), será consultoría (experto en algo), o quizás será mentoring (experto que traslada su conocimiento a otro), o quizás será simple charlatanería.
Un COACH, con todas las letras jamás dirá a su cliente lo que tiene que hacer; le puede proponer hacer cosas, pero siempre será el cliente quién decida aquellas que realmente quiere hacer y se comprometerá a hacerlas.
Los hay que venden felicidad a raudales, para los que no hay nada más simple que unas pocas sesiones de felicidad para descubrirte a ti mismo, cambiar aquello que no te gusta y que lleva toda la vida acompañándote, en un proceso divertido, que te hace feliz, y al final del mismo, te conviertes en una persona transformada; en esa que siempre has querido ser y nunca hasta ese momento lo habías conseguido.
Nada más alejado de la realidad; un proceso de Coaching es un proceso duro, retador, exigente, comprometido con uno mismo, con su entorno más inmediato y con el Coach, y sobre todo un carrusel emocional donde se empieza tomando conciencia de donde se encuentra uno, con las creencias limitantes que se cargan en la mochila y que no te permiten avanzar. Y cuando estás ahí, no te sientes feliz, sientes miedo, rabia, sientes impotencia y frustración. Porque ahí es donde has tomado conciencia; te has vuelto consciente (has tenido un conocimiento reflexivo de tu ser; tu especial forma de ver el mundo y relacionarte con el) de tus limitaciones y de que estas solo viven en tu mente.
Hace unos días, realicé una excursión acompañado a “La Peña Foradà”, en la provincia de Alicante. Nos decían de esta ruta que era fácil de hacer, y que hasta se podía hacer con niños y no muy larga; de unos 7 kilómetros,
Decidimos hacerla mi acompañante y yo (típico proceso de coaching; Cliente y Coach) desde el pueblo de Benisivá, la ruta marcaba menos kilómetros, sobre unos 4, y nos pareció más accesible. En el bar donde nos tomamos un café antes de iniciar la ruta nos indicaron que no llegaríamos y estaríamos de vuelta en unas dos horas sin alcanzar la cima, quizás porque nos vieron con unos kilos de más, o quizás por tener aspecto dominguero, un sábado (ya aparecen los miedos limitantes, permitidme que les llame “Gollum” como el personaje siniestro y a la vez entrañable de la película El Señor de los Anillos”, miedos limitantes propios o que nos traslada nuestro entorno más inmediato).
Iniciamos el ascenso a la Peña con ilusión y no sin una cierta preocupación por saber si seríamos capaces de subir en esos 4 kilómetros, los 442 metros de altitud. Las primeras escaleras y las posteriores rampas con bastante pendiente del camino ya empezaban a indicarnos la dureza del reto para nosotros que no estamos acostumbrados a estas excursiones; (lo mismo ocurre en el proceso de Coaching para el Cliente y su Coach) sonreíamos y nos decíamos que sólo con haberlo intentado ya merecía la pena, pero nuestra fuerza y determinación aún no se había resentido.
A los 10 minutos de caminata, subiendo una rampa muy inclinada, sudorosos y con la respiración resollante nos encontramos con la primera persona que al saludarnos le preguntamos si quedaba mucho, a lo que nos respondió con una sonrisa y una pregunta retórica; ¿mucho para dónde? (el proceso de Coaching llega hasta donde el cliente quiere llegar; él y sólo él marca sus retos).
Con semejante respuesta, ya nos dimos cuenta, que no habíamos hecho otra cosa más que empezar nuestra particular aventura. La ascensión duró cerca de 3 horas, nos paramos donde quisimos, donde lo necesitamos; unas veces para descansar y tomar aliento, otras para ver el paisaje y otras para darnos ánimos y todo tipo de argumentos y razonamientos para alcanzar la cima. Hubo momentos duros, momentos de desfallecer y hasta de retirarnos (estos los menos, ya que queríamos demostrarnos a nosotros mismo que éramos capaces de todo).
La llegada a la “cumbre” fue dolorosa, los últimos metros, los más difíciles, con más pendiente y por un simple sendero lleno de zarzas que no ayudaban en nada y con un sol plomizo y de justicia, pero lo conseguimos. Al llegar nada dolía y sentimos que ese camino recorrido, había merecido la pena, nos sentíamos satisfechos, cansados pero alegres, y las vistas desde allí eran otra cosa.
El viaje con todo su esfuerzo, sus sudores, sus lamentos y toda la motivación encaminada a llegar habían dado sus frutos. Sencillamente allí arriba éramos otros, nos habíamos transformado.
El proceso de Coaching es exactamente igual; el cliente decide la ruta que quiere hacer; su Peña Foradà a recorrer (mejorar una relación, superar una pérdida, encontrar trabajo, cambiar de trabajo, superar una adicción, abandonar la soledad, incrementar la autoestima, mejorar el liderazgo o incluso cambiar de modelo de liderazgo, lanzarse al autoempleo, dejar de limitar la capacidad de otros, mejorar la relación con un hijo adolescente, ayudar al hijo que ni estudia ni trabaja a encontrar su propósito en la vida, y un largo etc.); se enfrenta a sus miedos, sus Gollun” ( todas esas creencias y formas de ver la vida que le limitan, que le dicen “tú no eres capaz”, “tú no sirves para eso”, “ni lo intentes que no lo vas a conseguir”, etc…), toma conciencia de que ese camino no es fácil, tiene sus complicaciones (se produce la toma de conciencia de uno mismo, donde está y qué le esta limitando), se para a ver el paisaje, toma fuerzas, pide ayuda (se deja acompañar y establece un vínculo con el coach), se enfrenta a sus debilidades, que le van apareciendo a lo largo de la ruta (establece objetivos y se compromete a hacer cosas diferentes), se enfada, sonríe, es consciente del esfuerzo que tiene que hacer (unos objetivos los cumple y otros quizás no, o quizás los cumple todos, cada proceso es diferente), lo comparte y todo ello acompañado de su entrenador, su Coach que le ayuda en todo momento a realizar ese camino que ha decidido recorrer y que lo recorre con él, sintiendo lo mismo y ayudándolo.
Y ninguno de los dos son expertos en recorrer ese camino, ni tan siquiera lo han hecho una vez, pero lo que si esta claro es que cuando se llega al final de ese camino (el proceso de Coaching si tiene un final, las sesiones son limitadas y nunca deberían superar como máximo las 12 sesiones, salvo excepciones), el cliente si es otra persona, mucho mas capacitada, más libre y con más herramientas a su disposición para afrontar los retos de la vida.
Por eso, pon un entrenador personal en tu vida; pon un Coach y verás cómo cambia tu realidad, y con ella la visión de tu mundo.
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